La experiencia de compartir unas horas con algunas familias del Dike fue, cómo no, un regalo del cielo. Desde la sencillez y el cariño, siete familias nos acogieron en sus hogares y con ellas compartimos sus posesiones y sus carencias. En mi experiencia personal, la vida misma, por medio de las relaciones sentimentales, se abrió camino entre las, aparentemente distintas, vidas de la mamá de mi casa y yo misma, de forma que descubrimos que vivimos historias paralelas en mundos paralelos. Otra lección más que la tierra filipina me brinda. La esencia del ser humano, los impulsos que nos mueven son los mismos no importa el país, la clase social o las posesiones materiales. Los latidos del corazón laten al mismo ritmo. Sin embargo, sigo admirando la fe que moldea todas sus vivencias, y no puedo evitar sentir algo de envidia...
Las últimas horas antes de regresar a nuestra casa en Talang las dedicamos a colaborar con la misión médica que las hermanas habían organizado. Varios médicos, pediatras, dentistas, un oftalmólogo, enfermeros y voluntarios de cruz roja se desplazaron a la escuela de Antipangol para realizar tratamientos médicos de manera absolutamente altruista. La sanidad en Filipinas no es gratuita, de manera que una persona que tenga una dolencia, debe tener recursos económicos suficientes para pagar al médico que le vaya a atender. Por ese motivo, la mayoría de las personas de Antipangol nunca van al médico. Tener, de repente, en su barrio una veintena de voluntarios sanitarios dispuestos a atenderles sin coste alguno, y todos los medicamentos y accesorios de higiene que nosotras aportamos, supuso un alivio para los cuerpos deteriorados de muchos. 94 extracciones de dientes estropeados, cientos de mediciones de tensión, varias operaciones de cataratas programadas para las próximas semanas, medicamentos para los dolores y la fiebre, cientos de diagnósticos, informaciones sobre higiene básica...
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